martes, 26 de febrero de 2008

Fragmentos para dominar el silencio.* Suicidio y Exclusión



Todo lo que somos, de una u otra manera corresponde a un acto de elección, aunque siempre estemos echándole la culpa a los otros de lo que hemos sido o estemos siendo. Sin embargo cuando la muerte se torna una decisión, a través del tiempo se han articulado una serie de discursos para explicar y dar respuesta al por qué.
El más recurrente, fue el instaurado por la ortodoxia religiosa quien estableció una sola textualidad sobre los suicidas, textualidades que en la cultura popular incluso hasta hoy tienen algunos rasgos vigentes. Un discurso que los condenó y los excluyó de la vida y la muerte social.
Iconográficamente el tema del suicidio se inicia con la muerte de Ayax.
Existen dos versiones sobre el suicidio, la más detallada es la de Sófocles en la que el héroe, enloquecido por la humillación de ver que Ulises le gana la armadura de Aquiles, se clava su propia espada. Sófocles relata además que en un arrebato de locura por la humillación sufrida se descontrola y mata un rebaño de ovejas creyendo que son enemigos. Cuando recobra la calma, y se da cuenta de lo sucedido, se suicida.
Otra imagen es la del Gálata suicidándose sobre el cuerpo de su mujer o Galo Ludovisi. En esa imagen aparece un hombre que, pareciera que acaba de matar a la o su mujer, incluso la mantiene aún sostenida. En este instante, el de la imagen, él se clava la espada en su corazón.
Según estudios específicos sobre la obra, ésta correspondería a la conmemoración que los griegos hacen a partir de su victoria sobre los Gálatas en Pérgamo, y muestran con honor y dignidad, la muerte del derrotado.
Para donde voy, pareciera que las muertes masculinas están asociadas a situaciones épicas y heroicas,
Manifiestan una negación sobre la derrota, la humillación hace que frente a la deshonra, sea posible la muerte.




Ahora bien, aunque no intento hacer un estudio de género, Ron Brown, autor del texto Arte del suicidio, hace mención que las mujeres durante este período, no aparecen representadas iconográficamente con tanta frecuencia, salvo en textos literarios, como por ejemplo Yocasta, Canace, Fedra, Electra, Cleopatra, y sus muertes estarían más bien asociadas a decepciones, desesperación y culpa.
Otro ejemplo que es necesario mencionar refiere de la muerte voluntaria marcada por el destino (aunque esto es un asunto simbólicamente reiterado) señalo a Píramo y Tisbe, historia escrita por Ovidio, y que cuenta sobre los amantes que serán luego reinterpretados por Shakespeare en Romeo y Julieta.
Además el tipo de instrumental utilizado para llevar a cabo el suicidio permite configurar ciertos significados simbólicos: las espadas, o cuchillos, refieren iconográficamente de muertes heroicas, otras asociadas a esta idea son: quemarse, beber veneno, sin embargo, y sigo citando a Brown la muerte por ahorcamiento es una mala muerte, un tabú para la cultura romana, pues la veían como algo cruel, asociado a delincuentes, a las mujeres y a la desesperación.
Fedra que intenta seducir a su hijastro, es responsable de la muerte del joven y la maldición de su esposo Teseo, hecho que provoca la frustración de la mujer y su posterior suicidio mediante el ahorcamiento.
Esta idea me parece importante, puesto que los discursos se van articulando en relación a las tradiciones existentes, y a las nuevas verdades asumidas por el grupo social.
El cristianismo se valió de numerosas tradiciones para constituirse identitariamente.
En sus inicios pareciera que la muerte voluntaria no fue considerada de importancia textual o visual, más bien un tabú, y solo a partir del románico aparecen imágenes del suicidio de Judas. Aunque hay mención a otros suicidios en el Antiguo Testamento, el más conocido es el de Sansón, quien con su muerte expía el pecado de deshonrar a Dios. Sin embargo en el Nuevo Testamento la figura cambia:
Ya no hay héroe, hay traidor.
Esta verdad asumida por el dogma y creída por todos es una invención posterior el relato bíblico.
En el Nuevo testamento sólo hay dos referencias a la muerte de Judas, ninguna de las cuales menciona el suicidio como un acto de cobardía o traición, (Mateo 27 3-8 y Hechos 1 16-18). El cambio ideológico del relato lo establece la filosofía agustina, que impone una nueva visión en el corpus narrativo.
San Agustín añade al delito original que es la traición de Judas, en el momento que guía y señala a Jesús con un beso una segunda traición que se estipula con su propio suicidio al atentar contra su vida.
En La ciudad de Dios, San Agustín “tergiversa” el relato bíblico, y apunta la Traición no sólo al hecho concreto de entregar a Jesús, por lo demás necesario para que todo sucediera como había sido escrito y se diera inicio al martirio, sino lo más importante consideró su muerte como un segundo pecado y no como una expiación de la culpa, como lo señala Mateo.
En el siglo VI, esta doctrina filosófica se transforma en Ley canónica a partir de 3 concilios.
Orleáns 533, Braga 563 Auxerre 578, todos los cuales negaron el rito funerario a cualquier persona que hubiese atentado contra su propia vida, incluso reforzaron los castigos. Se podía confiscar todas las propiedades del suicida y el cadáver sufría numerosas humillaciones.
Los suicidas fueron confinados al destierro en su muerte y a purgar, vagando en los infiernos el pecado de atentar contra la ley de Dios, ley que por lo demás fue pensada por hombres y quienes vieron en los suicidas a personajes que iban en contra de las leyes establecidas, que realizaban acciones que atentaban contra la normalidad existente y por lo tanto era necesario extirpar sus pensamientos y deseos. Incluso más, a los suicidas se les atribuyó en su accionar la incitación de fuerzas demoníacas, se encontraban poseídos por el Diablo y por lo tanto habían perdido todo rasgo de humanidad.
A partir del año mil, las imágenes del suicidio de Judas aparecen con mayor profusión, en una clara alusión narrativa, como aprendizaje y distinción entre el bien y el mal. Las imágenes sirven para comprender sobre el castigo hacia los pecadores y una especie de regulación de las conductas religiosas y civiles.
Entre los siglos XVI y XVII la aparición de la imprenta va a revolucionar el campo de los discursos, puesto que la Biblia entre los primeros textos impresos y traducidos a lenguas originarias, permitió un acercamiento mayor entre los fieles y estas escrituras sagradas. El control de la información, que habían mantenido restringido y condicionado unos pocos se expandió.
El conocimiento se hizo conocido, y las explicaciones, e interpretaciones comenzaron a ser otras.
Este hecho es fundamental, puesto que en la relectura de los originales, de las fuentes primeras no existía un juicio explícito sobre la muerte voluntaria de Judas. Esto pudo abrir otras posibilidades de explicación o heterodoxias.
En “Europa a partir del siglo XVI se discutía abiertamente la cuestión del suicidio, ora para condenarlo y castigarlo, ora para condonarlo y perdonarlo”. Y aunque popularmente el suicidio va ha mantener su exclusión hasta el día de hoy, constituyendo una especie de vergüenza y pecado moral, condicionado por el dogma cristiano, su defensa y condena estableció numerosos discursos y nuevos textos que comenzaron dar nuevas respuestas sobre sus causas: acción heroica, melancolía, instigación satánica, desarreglos glandulares, enajenación, desesperación y locura.
Iconográficamente el Renacimiento comenzará a retomar la idealización de la muerte heroica explicada en la antigüedad, sin embargo esta vez serán las mujeres quienes sean representadas con mayor frecuencia, entre ellas la más conocida es Lucrecia.
Esposa del cónsul romano Tarquino Colatino, quien según la leyenda se suicida tras ser violada por sexto, hijo del rey de Roma Tarquino el Soberbio en el siglo VI. Ac.
Su representación estará asociada a una serie de tópicos: virtud, heroísmo, sensualidad, adulterio, etc. Igual caso sucede con Dido, princesa fenicia que en la Eneida se cuenta como Eneas naufraga frente a las costas del Cartago, siendo acogida por Dido, surge el amor entre ambos, pero Eneas finalmente la abandona para seguir su rumbo a Italia, entonces Dido se suicidará clavándose un puñal.
Sin embargo con el correr del tiempo, la aparición de mujeres suicidas asociadas a representaciones heroicas se irán perdiendo para dar cabida más bien a la sensualidad y erotismo de la imagen.
El ejemplo más claro de ello lo constituye Ofelia, quién aglutinará en las aguas de su muerte, belleza, depresión y naturaleza. Ofelia la prometida de Hamlet desesperada luego que su prometido mata a su padre Polonio vagabundea junto a un lago, y en su desvarío, recogiendo flores muerte ahogada.
El Romanticismo por su parte centrará su atención sobre el suicidio como la respuesta melancólica del vivir, un acto de desesperación y locura, en algunos casos asociado al misterio y la fantasía.
Dos discursos cierran este trabajo: Durkhiem y Freud.
El primero expone una causa sociológica el tema del suicidio, en 1897 publica el Suicidio en donde analiza éste como un fenómeno sociológico más que un acto puramente individual. Considera la acción suicida como una consecuencia de una mala adaptación social del individuo y una falta de integración social. El suicidio es una consecuencia de determinantes sociales generalmente asociadas a dominantes coercitivas impuestas por la sociedad y que el individuo no logra sobrellevar.
Esta idea será profusamente citada en el arte del siglo XX.
Incluso la opción suicida que muchos artistas asumen y que van más allá de sus propias obras se ve explicada a través de esta discursividad. Numerosos son los casos, y que en este contexto no tiene sentido enumerar puesto que eso sería tema de otro trabajo, sin embargo me gustaría señalar el libro de Antonin Artaud, quién en 1947 escribió Van Gogh: el suicidado de la sociedad, en donde se hace mención a esta conciencia represiva del colectivo que había castigado a Van Gogh por haberse “escapado de sus garras”, por salirse de lo normado y definido.
El otro discurso lo construye Freud, quien en 1920 escribe “Más allá del principio del Placer”, en donde hace alusión a la pulsión de muerte o Tánatos en oposición a la pulsión de vida o Eros.
Tánatos representa la tendencia fundamental de todo ser viviente a regresar al estado inorgánico, desde donde emergió, a través de la reducción completa de las tensiones.
Cuando plantea el concepto de pulsión o trieb, lo hace basándose en la descripción de la sexualidad humana, impulso que se origina en una excitación corporal y que moviliza al organismo para conseguir suprimir el estado de tensión en el que se encuentra a partir de esta excitación. La pulsión de muerte es una necesidad primaria que tiene lo viviente de retornar a lo inanimado, reconociendo en ello un impulso de destrucción, desintegración y disolución de lo vivo. En contraposición Freud sitúa la pulsión de vida como representante de la cohesión e integración, cuya finalidad es construir una fuerza motora y dinámica que provee al ser vivo del empuje necesario para contrarrestar lo destructivo, permitiendo así conservar la vida y sostener el desarrollo.
Esta conciencia destructiva coincide con los planteamientos de grupos como el Dadá, el Futurismo y el Surrealismo que en 1925 Bretón expone en la Revolución Surrealista la encuesta “El suicidio es una solución”
Tal vez el caso más paradigmático de esta discursividad, y con ello no restrinjo otras opiniones, sea la de Yukio Mishima, quien tomando su cuerpo como operador y visualidad, se quitó la vida en el ritual del Seppuku, en 1970. Los cruces entre sexualidad, belleza, tradición, y sadismo que Mishima pone en operación darían cuenta de esta pulsión de muerte expuesta por Freud.
Aquí cierro esta revisión, y aunque quedan varios espacios abiertos, lo importante que me gustaría recalcar en este punto es la importancia que adquieren los discursos para la comprensión de las imágenes, para la comprensión de los hechos y el entendimiento de una sociedad. Los discursos configuran corpus de creencias, verdades asumidas y por lo tanto identidades sociales.


* extracto de ponencia cuyo título corresponde a un poema de Alejandra Pizarnik. IV Encuentro de Arte, Educación y Estética, “Discursos de exclusión”, UMCE, 2004.

1 comentario:

fotosdecaro dijo...

Maestra, solo puedo decir que siempre es una luz punzante en el camino que nos come y nos deja mudos a veces....hoy vi un rayito de luz en el cielo. y recibe sus noticias...
se agradece por los buenos deseos del año nuevo.
igual para usted
te quiero
Carola Fuentes.